Fábulas de Gelipe I
El Código Secreto:
de cómo los niños
aprendieron que
2 más 2 son cinco
Roberto Fuentes Vivar
Vicentito, el Niño Felipe y Martita cantaban, agarraditos de la mano, “dos y dos son cuatro/ cuatro y dos son seis/ Seis y dos son ocho/ y ocho diez y seis”, cuando de repente pasó por la cuadra el Niño Robertito:
-Pero cómo es que cantan eso, esas canciones son populistas, premodernas, de emisarios del pasado, de los enanos del tapanco- les dijo.
-Orale, que te traes conmigo- saltó inmediatamente el niño Carlitos, quien con su escopeta de municiones recortada estaba agazapado detrás de un arbol para ver a quién le podía disparar-. Ya me descubriste.
-No- dijo Robertito- No me refería a ti, sino a los enanos del tapanco, esos que mencionaba Pepito el de la otra cuadra hace un tiempo. Tú eres mi amigo.
-Más te vale-, dijo Carlitos apuntándole con su fusil de municiones.
-Lo que pasa –dijo Robertito- es que estos niños están en la prehistoria, creen que dos y dos son cuatro. A ver si ya los sacas de su error y les enseñas el Código secreto, porque de plano hasta parecen populistas de la colonia Educación.
-No sería mala idea que les demos unas clases, para que dejen de vivir en el error. ¿Te acuerdas que yo te enseñé a contar, antes de que hicieras la rifa esa en la que nadie se sacó el premio?.
-¡Claro! Con el Código Secreto, no sólo nadie se sacó el premio y conseguí dinero para comprar mi patineta, sino que hasta todavía los niños de la otra cuadra me deben dinero-, dijo Robertito, mientras le chiflaba a una niña de trenzas rubias que pasaba por ahí.
-El caso es que hay que enseñarles el código para que entren a la modernidad- le propuso Carlitos y agregó-: Hay que avisarle a Elbita, la maestra, para venga a darles unas clases.
-Sería lo más sano para la economía de la cuadra y sobre todo para mantener la estabilidad- sentenció Robertito.
-Ya hasta hablas como yo ¿Qué te parece si mientras planeamos las clases nos echamos una de esas cosas que toma Vicentito para sus nervios. Dicen que están chidas, mejores que los cigarros de mi hermano Raúl.
-No –salto Vicentito- Yo no les doy de mis dulces Prozac- dijo, mientras que ponía sus manos en los bolsillos delanteros como impidiéndoles el paso a sus pertenencias-. Sobre mi cadáver.
-Andale, Vicentito- le insistió Martita-, si esos dulces están bien chidos.
-¿Cómo que chidos? –respondió Vicentito- esas no son palabras de una niña buena como tú. Mejor dí que son saludables, o que ayudan al bienestar del cuerpo, o cualquier otra cosa más de tu nivel, pero no me salgas con que están bien chidos-.
-Eso –dijo Martita- ayudan al bienestar del cuerpo y hasta habla uno así como si se le revolviera la lengua, como si comieras alkaselstsers-.
Carlitos intervino amagando con su escopeta a Vicentito:
-Suéltalas-, le exigió.
-Ya así nos llevamos- le respondió Vicentito- Yo nada más con el padr....
-Digo que sueltes las golosinas, las prozac.-Yo también quiero probarlas.
-Yo también. Yo también- gritaba, saltando, el niño Felipe, quien ya se había tomado varios dulces envinados y una vasito de rompope antes de salir de su casa.
-Bueno- accedió Vicentito-, pero nada más una.
Después de haberse tomado las pastillas para los nervios, los niños planearon las clases de matemáticas.
Colocaron sillas en la banqueta, un pizarrón y hasta una aparato de DVD para que las clases fueran hiperactivas, retroactivas y audiovisuales. Todo con modernidad, como debe ser.
La maestra Elbita fue la primera en llegar. Traía sus libros y sus apuntes.
-Este Código Secreto -les dijo- me lo enseño mi maestro, el maestro longitud, quien como Jesucrito logró la multiplicación de los panes- ¿o se dirá de los príes?, se quedó pensando.
-Entonces, definitivamente dos más dos no son cuatro- preguntó el Niño Felipe sorprendido.
-No, esas son cosas del pasado que nadie quiere que regrese. Del pasado peligroso, del pasado populista. Nosotros estamos en la modernidad- les dijo el mago luisito, quien se había convertido en el alumno más avanzado de la maestra Elbita.
-Pero entonces ¿cuantos son dos y dos?- preguntó insistente el niño Felipe.
-Pueden ser cinco, pueden ser seis, pueden ser tres, pueden ser cero. Todo depende- les dijo Luisito, con voz misteriosa, haciendo gala del estilo de suspenso que había aprendido como mago-, pero qué les parece si vemos un video en donde se explica todo esto.
De detrás de un coche estacionado salió un niño al parecer desconocido para todos excepto para el Niño felipe, pues era el novio de su hermana.
-Pero te peinas, cuñao- le dijo el niño Felipe al reconocerlo.
Hildebrandito buscó un cable de luz, puso un diablito y a los pocos minutos ya estaba conectada una televisión, un DVD y hasta una computadora, ante el ¡¡¡Ahhh!!! colectivo de los niños que esperaban la lección.
-Lo primero que vamos a ver- dijo la maestra elbita, que cargaba en sus brazos un muñequito chucky de plástico, muy moderno- es este video- y le dirigió un signo de aprobación a hildebrandito y al mago Luisito.
De la televisión salió una imagen que mostraba a Andrés Soler, repartiendo un dinero con otros tres personajes. Mientras decía “Pa mi, pa tú, pa mi, pa tú”, el personaje distribuía el dinero equitativamente. Cada vez que entregaba una parte a uno de sus compañeros, él recibía una parte. Así al terminar la primera ronda, el tenía cuatro partes y los otros tres tenían una cada uno. “Ya ven, cuando todo es justo, todos estamos a gusto”, les dijo a sus compañeros, en la pantalla.
-Ese sí sabe- dijo Carlitos, quien ya había visto varias veces el video.
El Niño Felipe seguía pensativo, como si el video no le hubiera aportado todos los conocimientos que necesitaba para hacer sus cuentas al estilo posmoderno.
Elbita les dijo que si no tenían dudas iban a pasar a otros ejemplos para conocer el Código Secreto de las cuentas modernas, pero Martita levantó la mano:
-Yo sí tengo dudas, quiero saber quién ese tipo tan guapo que sale con el viejito en la película.
-Es Pedro Infante, pero eso no tiene nada que ver con las clases- le contestó Elbita cortante.
-Ayy, es que está tan guapo que hasta se parece a mi Vicente-, dijo Martita.
-¿A mí? ¿Cómo crees? Si ese premoderno y de plano peludito como los niños de la otra cuadra- saltó Vicentito, sacando de sus botas una dosis adicional de prozac que guardaba para casos extremos.
-Bueno, ya está bien de cháchara, hasta pareces chachalacas-, dijo Elbita.
-¿Tú también, Elba- dijo Vicentito sacando la punta de lengua en cada palabra como para mojarse los labios.
-Pues es que no se están calladitos, como niños buenos. Deberían de aprender a Felipito que agarra muy bien la onda de las clases.
-Dale con el albur, maestra, No joda- respondió el Niño Felipe-, mejor ya ni siga parada, siéntese y siga con las clases-
-Pues sí me voy a sentar, pero si ponen atención. Todos. ¡Todos!, ¿me oíste Martita?-, dijo la maestra con su chucky en brazos.
-Ya me voy a callar se lo prometo-, dijo Martita.
-El caso es que para aprender a sumar hay que estar muy conscientes de que se trata de una operación muy seria. Por eso Robertito les va a platicar cómo se pueden sumar dos más dos-, les dijo Elbita a todos y luego se dirigió a Martita, junto a quien estaba sentada, para hacerle una pregunta casi en susurro-: ¿a poco no esta reteguapo este Robertito. No como el otro Roberto, el que vive en la otra cuadra y todo el tiempo se la pasa diciéndome cosas.
-La verdad es que un poco finito para mi gusto. A mi gustan más así, grandotes, fuertotes, como se hubieran tomado su choco milk, como Vicentito-, le respondió Martita.
El niño Robertito ya se había colocado junto al pizarrón y comenzó a platicar cómo había conseguido juntar para su patineta, su bicicleta, sus vacaciones... y todavía le debían dinero:
-Fíjense que hace tiempo, después de que aprendí a sumar a la manera posmoderna, cuando conocí el Código Secreto, y después de que conocí a Yoryi...-, comenzó Roberto pero fue interrumpido por el Niño Felipe.
-A poco Yoryi también sabe sumar con éste método- preguntó.
-Pues claro ¿de dónde crees que sale el dinero para sus chocolates envinados?. Además fue su papá el que lo descubrió- le explicó con tono catedrático Robertito.
-Aaahhhh-, suspiró Felipillo.
-En fin, fíjense que hace unos meses, quizá ustedes se acuerden, dije que iba a hacer una rifa. Y entonces les propuse a los niños de la otra cuadra que si compraban un boleto de dos pesos, yo les prestaba para otro boleto de dos pesos y así tenían más posibilidades de ganar.
-Ahí está, dos más dos son cuatro ¿no?- dijo el Niño Felipe como desenmascarando a su maestro y mientras se acomodaba los lentes de Niño Scribe.
-No Felipito, agarra la onda, siéntate y espera a que acabe para hacer las preguntas- lo regañó Robertito.
-No se vale, ese albur es doble. Así no juego-, respondió el Niño Felipe, sentándose y guardando silencio.
-El caso es que el día de la rifa nadie, nadie Felipito, se sacó el premio. Dieguito dio fe de que todo estaba bien, pero la suerte no los favoreció. Ni modo- dijo Robertito y agregó-: Así fue como dos más dos se convirtieron en 4 mil y además me deben otros ocho mil que me van pagando los niños de la cuadra cada vez que pueden.
-La verdad todavía no entiendo- dijo el Niño Felipe- para mí dos más dos cuatro.
-La verdad –le dijo Vicentito- es que eres re bruto Felipe, pero ni modo, ya te caerá el veinte.
-Pero si está clarísimo –dijo Martita suspirando al ver al Niño Robertito y añadió:- Con ese código secreto mis hijos y mis nietos van a ser ricos.
-Es muy sencillo- intervino el Mago luisito- cuando tú cuentas, puedes decir que dos más dos son cinco para mí y tres para ti.
-¿Cóooomo?- preguntó Felipillo- ¿porque si dos más son cinco para ti, van a ser tres para mí?.
-No Felipito, no mames, porque vales pito. Uuyy hasta me salió en verso- dijo Robertito y agregó:- Tienes que entender que son cinco para mí, tres para ti. Repítelo.
-Cinco para tí, tres para mí- repitió el Niño Felipe.
-Si serás güey. Pareces peludito de los que viven en las barrancas de aquí a la vuelta. Entiende: cinco para mí, tres para ti-, insistió Robertito, ya medio desesperado porque el niño Felipe, con sus pantaloncitos cortos y su camisita con encajes, como de marinerito, de plano no entendía no jota.
-Por eso, tres para mi, cuatro para ti.
-Uuuf Felipe, parece que nunca vas a entender, lo que quiere decir es cinco para mí, tres para ti- entró Vicentito a la plática.
-Ahora sí que ya me agarraron de botana, ¿Tú también, Vicente? Hasta tú también dices que son cinco para ti y tres para mí. Ya ni la amuelan.
-Miren, Vamos a dejar eso y el niño Hildebrandito les va a explicar con su computadora cuántos son dos más dos- dijo Elbita, quien se ponía en su pecho liso al muñequito chucky como dándole de mamar.
Hildebrando conectó su computadora al monitor y explicó:
-Con éste código secreto, basado en la modernidad, se puede saber exactamente cuantos son dos más dos, dependiendo para que se desee hacer la suma- indicó el novio de la hermana de Felipillo.
-A ver déjame probar a mí- insistió el niño Felipe, jalándole la manga de la chaqueta a su cuñado- Déjame a mí, déjame a mí. Yo quiero... Yo quiero.
-Esta bien Felipito, pero no jales mi chaqueta... chamarra..
-De plano ya me agarraron de su títere- recriminó Felipillo.
-Mira- le dijo Hildebrando con toda calma-. Pon un dos, luego el signo de más y luego otro dos y ¿cuánto sale?
-Veintidós- grito Felipillo. Eso sí lo entiendo dos más dos son veintidós.
-Ahora, oprime otra vez el dos, el signo de más y otro dos- dijo Holdebrandito.
-¿Cinco?- dijo Felipito cuando en la computadora salió un cinco.
-Pero eso no es todo. Felipito agarra la computadora y vuelve a hacer la misma operación- sugirió Hildebrando ¿cuánto salió?
-¡Dos mil doscientos veintidós!- gritó el Niño Felipe, mientras los otros niños gritaban ¡¡¡¡¡Oooohhhh!!!!! y trataban de hacer cuentas con los dedos.
-Ya ven qué fácil es todo. Lo importante es entender que dos más dos cinco para mí y tres para ti, es el principio elemental- intervinó Elbita, mientras que Felipito hacia casa de what... nuevamente.
-Otra vez la burra al trigo, con lo de dos más son cinco para mí y tres para tí- Exclamó Felipillo.
-Vaya –dijo el Mago Luis- hasta que agarraste la onda Felipito.
-¿Y yo porqué?- preguntó Felipillo.
-Orale –saltó Vicentito-, no digas eso, que te voy a cobrar derecho de autor.
-Y yo te ayudo- le dijo Dieguito, quien se había incorporado, de repente, a las clases.
-No, ya, la neta. No me chinguen. No me echen inglish. Primero con lo de los albures y luego con lo del dos más dos, ya parezco su cochinito.
-¿Pareces?-, dijo Martita burlona.
-En serio, cómo es eso de que dos más dos son cinco para mí y...
-Así, exactamente, cinco para mí. Nunca puedes decir cinco para ti.
Felipito se rascó la cabeza (sin albur) y se quedó pensativo, como le hubiera caído el 20. O mejor el 22 o el 2,222 o ya de perdida el cinco.
Se quedó pensativo, pero la voz de Vicentito lo sacó de su reflexión.
-Y si alguno de los peluditos sospechosistas, dice que está haciendo uno trampa ¿qué hacemos?-, preguntó.
Luego luego Dieguito tomó la palabra:
-La primera vez lo niegas. La segunda lo vuelves a negar. Si insisten, lo vuelves a negar. Y de plano, si siguen diciendo que es trampa, te haces el ofendido-, dijo, docto, peinándose su peinado cabello.
-Eso nunca falla –intervino Martita- Yo lo hice una vez cuando me acusaron de que me había comido las ostias. Hasta el padre, ese que le daba por tocar a todos, como si estuviera jugando a los encantados, me tuvo que pedir perdón. Fíjense que otra vez, también, con mis hermanos y mis tíos, hicimos....
-Ya cállate chachalaca- dijo Vicentito y se quedó pensando como si se hubiera equivocado de frase.
Felipillo, cuando hubo entendido que dos más dos no son cuatro en las matemáticas modernas, estaba pensativo. Medito largo rato y después de pensarlo bien, les dijo a sus amigos.
-Con estas cuentas, cuando yo sea grande, voy a ser el primer presidente de la modernidad- exclamó.
Todos soltaron la carcajada y Carlitos le dijo:
-En primer lugar tu nunca vas a ser grande –se chupó la lengua después de habérsela mordido y prosiguió:- En segundo, ya hay cola. Yo voy primero, luego Neto, después Vicentito y después puedes ir tú. Pero tienes que apuntarte.
-Sobre todo –le dijo Elbita- tienes que aprenderte muy bien el código secreto del dos más dos son cinco, porque si no, capaz de que no llegas.
Carlitos propuso que todos sellaran el pacto del Código secreto, escupiendo en un mismo lugar y luego untándose la mezcla de todos las salivas.
-¡Qué asco!- dijo Martita, pero Vicentito la increpó:
-No seas tan payasa, si bien que te ví el otro día sacándote los mocos y comiéndotelos o chupando la paleta de Robertito, pero no de éste sino del otro, el que se peleó con Elbita.
-Bueno, pero es que él es deportista y no sabía tan mal su saliva, aunque estaba medio babosa-, respondió Martita haciendo gesticulaciones y moviendo los dedos.
El caso es que todos accedieron a sellar el Pacto. Elbita los sorprendió por la forma en que escupía de lado, como profesional, y Martita terminó lamiendo el envase de Coca-Cola en que habían escupido todos.
Fue así como los niños de la cuadra descubrieron que el Código Secreto de la modernidad que significa que dos más dos no son cuatro.
El Código Secreto:
de cómo los niños
aprendieron que
2 más 2 son cinco
Roberto Fuentes Vivar
Vicentito, el Niño Felipe y Martita cantaban, agarraditos de la mano, “dos y dos son cuatro/ cuatro y dos son seis/ Seis y dos son ocho/ y ocho diez y seis”, cuando de repente pasó por la cuadra el Niño Robertito:
-Pero cómo es que cantan eso, esas canciones son populistas, premodernas, de emisarios del pasado, de los enanos del tapanco- les dijo.
-Orale, que te traes conmigo- saltó inmediatamente el niño Carlitos, quien con su escopeta de municiones recortada estaba agazapado detrás de un arbol para ver a quién le podía disparar-. Ya me descubriste.
-No- dijo Robertito- No me refería a ti, sino a los enanos del tapanco, esos que mencionaba Pepito el de la otra cuadra hace un tiempo. Tú eres mi amigo.
-Más te vale-, dijo Carlitos apuntándole con su fusil de municiones.
-Lo que pasa –dijo Robertito- es que estos niños están en la prehistoria, creen que dos y dos son cuatro. A ver si ya los sacas de su error y les enseñas el Código secreto, porque de plano hasta parecen populistas de la colonia Educación.
-No sería mala idea que les demos unas clases, para que dejen de vivir en el error. ¿Te acuerdas que yo te enseñé a contar, antes de que hicieras la rifa esa en la que nadie se sacó el premio?.
-¡Claro! Con el Código Secreto, no sólo nadie se sacó el premio y conseguí dinero para comprar mi patineta, sino que hasta todavía los niños de la otra cuadra me deben dinero-, dijo Robertito, mientras le chiflaba a una niña de trenzas rubias que pasaba por ahí.
-El caso es que hay que enseñarles el código para que entren a la modernidad- le propuso Carlitos y agregó-: Hay que avisarle a Elbita, la maestra, para venga a darles unas clases.
-Sería lo más sano para la economía de la cuadra y sobre todo para mantener la estabilidad- sentenció Robertito.
-Ya hasta hablas como yo ¿Qué te parece si mientras planeamos las clases nos echamos una de esas cosas que toma Vicentito para sus nervios. Dicen que están chidas, mejores que los cigarros de mi hermano Raúl.
-No –salto Vicentito- Yo no les doy de mis dulces Prozac- dijo, mientras que ponía sus manos en los bolsillos delanteros como impidiéndoles el paso a sus pertenencias-. Sobre mi cadáver.
-Andale, Vicentito- le insistió Martita-, si esos dulces están bien chidos.
-¿Cómo que chidos? –respondió Vicentito- esas no son palabras de una niña buena como tú. Mejor dí que son saludables, o que ayudan al bienestar del cuerpo, o cualquier otra cosa más de tu nivel, pero no me salgas con que están bien chidos-.
-Eso –dijo Martita- ayudan al bienestar del cuerpo y hasta habla uno así como si se le revolviera la lengua, como si comieras alkaselstsers-.
Carlitos intervino amagando con su escopeta a Vicentito:
-Suéltalas-, le exigió.
-Ya así nos llevamos- le respondió Vicentito- Yo nada más con el padr....
-Digo que sueltes las golosinas, las prozac.-Yo también quiero probarlas.
-Yo también. Yo también- gritaba, saltando, el niño Felipe, quien ya se había tomado varios dulces envinados y una vasito de rompope antes de salir de su casa.
-Bueno- accedió Vicentito-, pero nada más una.
Después de haberse tomado las pastillas para los nervios, los niños planearon las clases de matemáticas.
Colocaron sillas en la banqueta, un pizarrón y hasta una aparato de DVD para que las clases fueran hiperactivas, retroactivas y audiovisuales. Todo con modernidad, como debe ser.
La maestra Elbita fue la primera en llegar. Traía sus libros y sus apuntes.
-Este Código Secreto -les dijo- me lo enseño mi maestro, el maestro longitud, quien como Jesucrito logró la multiplicación de los panes- ¿o se dirá de los príes?, se quedó pensando.
-Entonces, definitivamente dos más dos no son cuatro- preguntó el Niño Felipe sorprendido.
-No, esas son cosas del pasado que nadie quiere que regrese. Del pasado peligroso, del pasado populista. Nosotros estamos en la modernidad- les dijo el mago luisito, quien se había convertido en el alumno más avanzado de la maestra Elbita.
-Pero entonces ¿cuantos son dos y dos?- preguntó insistente el niño Felipe.
-Pueden ser cinco, pueden ser seis, pueden ser tres, pueden ser cero. Todo depende- les dijo Luisito, con voz misteriosa, haciendo gala del estilo de suspenso que había aprendido como mago-, pero qué les parece si vemos un video en donde se explica todo esto.
De detrás de un coche estacionado salió un niño al parecer desconocido para todos excepto para el Niño felipe, pues era el novio de su hermana.
-Pero te peinas, cuñao- le dijo el niño Felipe al reconocerlo.
Hildebrandito buscó un cable de luz, puso un diablito y a los pocos minutos ya estaba conectada una televisión, un DVD y hasta una computadora, ante el ¡¡¡Ahhh!!! colectivo de los niños que esperaban la lección.
-Lo primero que vamos a ver- dijo la maestra elbita, que cargaba en sus brazos un muñequito chucky de plástico, muy moderno- es este video- y le dirigió un signo de aprobación a hildebrandito y al mago Luisito.
De la televisión salió una imagen que mostraba a Andrés Soler, repartiendo un dinero con otros tres personajes. Mientras decía “Pa mi, pa tú, pa mi, pa tú”, el personaje distribuía el dinero equitativamente. Cada vez que entregaba una parte a uno de sus compañeros, él recibía una parte. Así al terminar la primera ronda, el tenía cuatro partes y los otros tres tenían una cada uno. “Ya ven, cuando todo es justo, todos estamos a gusto”, les dijo a sus compañeros, en la pantalla.
-Ese sí sabe- dijo Carlitos, quien ya había visto varias veces el video.
El Niño Felipe seguía pensativo, como si el video no le hubiera aportado todos los conocimientos que necesitaba para hacer sus cuentas al estilo posmoderno.
Elbita les dijo que si no tenían dudas iban a pasar a otros ejemplos para conocer el Código Secreto de las cuentas modernas, pero Martita levantó la mano:
-Yo sí tengo dudas, quiero saber quién ese tipo tan guapo que sale con el viejito en la película.
-Es Pedro Infante, pero eso no tiene nada que ver con las clases- le contestó Elbita cortante.
-Ayy, es que está tan guapo que hasta se parece a mi Vicente-, dijo Martita.
-¿A mí? ¿Cómo crees? Si ese premoderno y de plano peludito como los niños de la otra cuadra- saltó Vicentito, sacando de sus botas una dosis adicional de prozac que guardaba para casos extremos.
-Bueno, ya está bien de cháchara, hasta pareces chachalacas-, dijo Elbita.
-¿Tú también, Elba- dijo Vicentito sacando la punta de lengua en cada palabra como para mojarse los labios.
-Pues es que no se están calladitos, como niños buenos. Deberían de aprender a Felipito que agarra muy bien la onda de las clases.
-Dale con el albur, maestra, No joda- respondió el Niño Felipe-, mejor ya ni siga parada, siéntese y siga con las clases-
-Pues sí me voy a sentar, pero si ponen atención. Todos. ¡Todos!, ¿me oíste Martita?-, dijo la maestra con su chucky en brazos.
-Ya me voy a callar se lo prometo-, dijo Martita.
-El caso es que para aprender a sumar hay que estar muy conscientes de que se trata de una operación muy seria. Por eso Robertito les va a platicar cómo se pueden sumar dos más dos-, les dijo Elbita a todos y luego se dirigió a Martita, junto a quien estaba sentada, para hacerle una pregunta casi en susurro-: ¿a poco no esta reteguapo este Robertito. No como el otro Roberto, el que vive en la otra cuadra y todo el tiempo se la pasa diciéndome cosas.
-La verdad es que un poco finito para mi gusto. A mi gustan más así, grandotes, fuertotes, como se hubieran tomado su choco milk, como Vicentito-, le respondió Martita.
El niño Robertito ya se había colocado junto al pizarrón y comenzó a platicar cómo había conseguido juntar para su patineta, su bicicleta, sus vacaciones... y todavía le debían dinero:
-Fíjense que hace tiempo, después de que aprendí a sumar a la manera posmoderna, cuando conocí el Código Secreto, y después de que conocí a Yoryi...-, comenzó Roberto pero fue interrumpido por el Niño Felipe.
-A poco Yoryi también sabe sumar con éste método- preguntó.
-Pues claro ¿de dónde crees que sale el dinero para sus chocolates envinados?. Además fue su papá el que lo descubrió- le explicó con tono catedrático Robertito.
-Aaahhhh-, suspiró Felipillo.
-En fin, fíjense que hace unos meses, quizá ustedes se acuerden, dije que iba a hacer una rifa. Y entonces les propuse a los niños de la otra cuadra que si compraban un boleto de dos pesos, yo les prestaba para otro boleto de dos pesos y así tenían más posibilidades de ganar.
-Ahí está, dos más dos son cuatro ¿no?- dijo el Niño Felipe como desenmascarando a su maestro y mientras se acomodaba los lentes de Niño Scribe.
-No Felipito, agarra la onda, siéntate y espera a que acabe para hacer las preguntas- lo regañó Robertito.
-No se vale, ese albur es doble. Así no juego-, respondió el Niño Felipe, sentándose y guardando silencio.
-El caso es que el día de la rifa nadie, nadie Felipito, se sacó el premio. Dieguito dio fe de que todo estaba bien, pero la suerte no los favoreció. Ni modo- dijo Robertito y agregó-: Así fue como dos más dos se convirtieron en 4 mil y además me deben otros ocho mil que me van pagando los niños de la cuadra cada vez que pueden.
-La verdad todavía no entiendo- dijo el Niño Felipe- para mí dos más dos cuatro.
-La verdad –le dijo Vicentito- es que eres re bruto Felipe, pero ni modo, ya te caerá el veinte.
-Pero si está clarísimo –dijo Martita suspirando al ver al Niño Robertito y añadió:- Con ese código secreto mis hijos y mis nietos van a ser ricos.
-Es muy sencillo- intervino el Mago luisito- cuando tú cuentas, puedes decir que dos más dos son cinco para mí y tres para ti.
-¿Cóooomo?- preguntó Felipillo- ¿porque si dos más son cinco para ti, van a ser tres para mí?.
-No Felipito, no mames, porque vales pito. Uuyy hasta me salió en verso- dijo Robertito y agregó:- Tienes que entender que son cinco para mí, tres para ti. Repítelo.
-Cinco para tí, tres para mí- repitió el Niño Felipe.
-Si serás güey. Pareces peludito de los que viven en las barrancas de aquí a la vuelta. Entiende: cinco para mí, tres para ti-, insistió Robertito, ya medio desesperado porque el niño Felipe, con sus pantaloncitos cortos y su camisita con encajes, como de marinerito, de plano no entendía no jota.
-Por eso, tres para mi, cuatro para ti.
-Uuuf Felipe, parece que nunca vas a entender, lo que quiere decir es cinco para mí, tres para ti- entró Vicentito a la plática.
-Ahora sí que ya me agarraron de botana, ¿Tú también, Vicente? Hasta tú también dices que son cinco para ti y tres para mí. Ya ni la amuelan.
-Miren, Vamos a dejar eso y el niño Hildebrandito les va a explicar con su computadora cuántos son dos más dos- dijo Elbita, quien se ponía en su pecho liso al muñequito chucky como dándole de mamar.
Hildebrando conectó su computadora al monitor y explicó:
-Con éste código secreto, basado en la modernidad, se puede saber exactamente cuantos son dos más dos, dependiendo para que se desee hacer la suma- indicó el novio de la hermana de Felipillo.
-A ver déjame probar a mí- insistió el niño Felipe, jalándole la manga de la chaqueta a su cuñado- Déjame a mí, déjame a mí. Yo quiero... Yo quiero.
-Esta bien Felipito, pero no jales mi chaqueta... chamarra..
-De plano ya me agarraron de su títere- recriminó Felipillo.
-Mira- le dijo Hildebrando con toda calma-. Pon un dos, luego el signo de más y luego otro dos y ¿cuánto sale?
-Veintidós- grito Felipillo. Eso sí lo entiendo dos más dos son veintidós.
-Ahora, oprime otra vez el dos, el signo de más y otro dos- dijo Holdebrandito.
-¿Cinco?- dijo Felipito cuando en la computadora salió un cinco.
-Pero eso no es todo. Felipito agarra la computadora y vuelve a hacer la misma operación- sugirió Hildebrando ¿cuánto salió?
-¡Dos mil doscientos veintidós!- gritó el Niño Felipe, mientras los otros niños gritaban ¡¡¡¡¡Oooohhhh!!!!! y trataban de hacer cuentas con los dedos.
-Ya ven qué fácil es todo. Lo importante es entender que dos más dos cinco para mí y tres para ti, es el principio elemental- intervinó Elbita, mientras que Felipito hacia casa de what... nuevamente.
-Otra vez la burra al trigo, con lo de dos más son cinco para mí y tres para tí- Exclamó Felipillo.
-Vaya –dijo el Mago Luis- hasta que agarraste la onda Felipito.
-¿Y yo porqué?- preguntó Felipillo.
-Orale –saltó Vicentito-, no digas eso, que te voy a cobrar derecho de autor.
-Y yo te ayudo- le dijo Dieguito, quien se había incorporado, de repente, a las clases.
-No, ya, la neta. No me chinguen. No me echen inglish. Primero con lo de los albures y luego con lo del dos más dos, ya parezco su cochinito.
-¿Pareces?-, dijo Martita burlona.
-En serio, cómo es eso de que dos más dos son cinco para mí y...
-Así, exactamente, cinco para mí. Nunca puedes decir cinco para ti.
Felipito se rascó la cabeza (sin albur) y se quedó pensativo, como le hubiera caído el 20. O mejor el 22 o el 2,222 o ya de perdida el cinco.
Se quedó pensativo, pero la voz de Vicentito lo sacó de su reflexión.
-Y si alguno de los peluditos sospechosistas, dice que está haciendo uno trampa ¿qué hacemos?-, preguntó.
Luego luego Dieguito tomó la palabra:
-La primera vez lo niegas. La segunda lo vuelves a negar. Si insisten, lo vuelves a negar. Y de plano, si siguen diciendo que es trampa, te haces el ofendido-, dijo, docto, peinándose su peinado cabello.
-Eso nunca falla –intervino Martita- Yo lo hice una vez cuando me acusaron de que me había comido las ostias. Hasta el padre, ese que le daba por tocar a todos, como si estuviera jugando a los encantados, me tuvo que pedir perdón. Fíjense que otra vez, también, con mis hermanos y mis tíos, hicimos....
-Ya cállate chachalaca- dijo Vicentito y se quedó pensando como si se hubiera equivocado de frase.
Felipillo, cuando hubo entendido que dos más dos no son cuatro en las matemáticas modernas, estaba pensativo. Medito largo rato y después de pensarlo bien, les dijo a sus amigos.
-Con estas cuentas, cuando yo sea grande, voy a ser el primer presidente de la modernidad- exclamó.
Todos soltaron la carcajada y Carlitos le dijo:
-En primer lugar tu nunca vas a ser grande –se chupó la lengua después de habérsela mordido y prosiguió:- En segundo, ya hay cola. Yo voy primero, luego Neto, después Vicentito y después puedes ir tú. Pero tienes que apuntarte.
-Sobre todo –le dijo Elbita- tienes que aprenderte muy bien el código secreto del dos más dos son cinco, porque si no, capaz de que no llegas.
Carlitos propuso que todos sellaran el pacto del Código secreto, escupiendo en un mismo lugar y luego untándose la mezcla de todos las salivas.
-¡Qué asco!- dijo Martita, pero Vicentito la increpó:
-No seas tan payasa, si bien que te ví el otro día sacándote los mocos y comiéndotelos o chupando la paleta de Robertito, pero no de éste sino del otro, el que se peleó con Elbita.
-Bueno, pero es que él es deportista y no sabía tan mal su saliva, aunque estaba medio babosa-, respondió Martita haciendo gesticulaciones y moviendo los dedos.
El caso es que todos accedieron a sellar el Pacto. Elbita los sorprendió por la forma en que escupía de lado, como profesional, y Martita terminó lamiendo el envase de Coca-Cola en que habían escupido todos.
Fue así como los niños de la cuadra descubrieron que el Código Secreto de la modernidad que significa que dos más dos no son cuatro.
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